Fotografía aérea en Argentina

Cada vez que exploro los cielos de Argentina con mi dron, siento una emoción única, que comienza con el zumbido de las hélices elevándose y el paisaje desplegándose lentamente bajo mis pies. Y luego, como la respiración contenida durante mucho tiempo, se convierte en asombro.

La fotografía aérea en Argentina ha cambiado mi forma de ver el mundo. Desde arriba, todo se transforma. Los lugares familiares se convierten en formas abstractas. Las montañas se convierten en pinceladas, los ríos en caligrafía, las salinas en espejos del cielo. Es como si la tierra contara una historia diferente, visible cuando te alejas unos cientos de metros arriba.

He volado sobre las infinitas curvas de los Andes durante la hora dorada, con sombras que se extienden como dedos sobre los valles. He flotado sobre las vastas extensiones de la Pampa, donde el viento dibuja patrones invisibles sobre campos que parecen no terminar nunca. Y he observado cómo el paisaje surrealista de la estepa patagónica se disuelve en algo más parecido a un cuadro que a una fotografía.

Lo que me atrae de la fotografía aérea no es sólo la vista, sino la emoción que hay detrás. Allí arriba hay una sensación de libertad, de ligereza. Pero también hay reflexión. Cuando encuadro una imagen, no me limito a documentar el terreno; busco un sentimiento, algo que resuene más profundamente que la geografía.

Cada imagen es para mí una forma de recordar lo que se siente al estar suspendido entre la tierra y el cielo, observando las texturas, los colores y los ritmos de Argentina desde un lugar donde el tiempo parece ir más despacio. Y en esos momentos de tranquilidad recuerdo por qué hago esto: para sentirme conectado, inspirado, para darme cuenta de lo pequeños que somos en la inmensidad del mundo y del universo, granos de polvo en el tiempo.